domingo, 23 de julio de 2006

En Tránsito


Atención: dentro de su vida rutinaria, banal, cotidiana, piense en una de las cosas más tristonas a las que se puede enfrentar...
...

Volver del aeropuerto cuando no eres tú quien embarca.

6:30 a.m. T4 (sí, ella!), Barajas, otro de los grandes ejemplos de Mondo Zombie que se materializan a nuestro alrededor, estimados conciudadanos. El paraíso aséptico soñado por Asimov en alguna de sus ciudad-robot, todo hábilmente encriptado en un código numérico que nosotros, zombies aún de carne y huesos, aún con capacidad para transpirar como cerdos, debemos aprender, memorizar y descodificar si queremos lograr el ansiado objetivo: saltar de una punta a otra del nuestro Mondo Zombie.

Ojeando un semanal en una cafetería globalizada con precios globalizados, mi vista bascula aleatoriamente entre una entrevista a Paul Auster y el rostro aburrido, resignado, de una pre-adolescente de ojos claros que mastica un donut globalizado (tipo americano, sin nuestro agujero) con exasperante languidez. Todos los colores de piel (y algún bronceado artificial) transitan alrededor, descrifando criptex en los paneles, señales, luminosos y pantallas. Un sacerdote negro regresa de Valencia después de disfrutar de unos días de merecido asueto. De contacto con el mar y las cervezas. No había ninguna prisa en volver. Lo de Ratzinger era simple papeleo, una reunión de empresa.

Frente a la niña-mujer, dos señoronas maduras de idéntico peinado cardado y supervitaminado parlotean animadas en un inglés norteamericano arrastrado, con ese deje gangoso tipo Pato Donald. La cría las mira inexpresiva, y se limita a responder con lánguidos "yeahs". A diferencia de sus acompañantes/familiares, su voz de patito es cristalina, limpia, todavía sin vicios ni virtudes.

Auster cree que "una de las tragedias de Estados Unidos es la total falta de interés en lo que ocurre en el resto del mundo" para después afirmar con pesadumbre "antes no éramos así"... Quizás esto sea aplicable a la gran masa zombie yanqui (aunque en menor medida a la masa zombi urbanita, más conectada, más cosmopolita), pero su gobierno sí que parece muy interesado, con el superzombie-marioneta embalsamado con cerebro de serrín y corazón de hojalata a la cabeza.

Ahora mismo está muy interesado en reorganizar Oriente Medio a su imagen y semejanza, lanzando proclamas universales de iluminado imbécil más propias de un sketch de los Monty Phyton que de un gran estadista internacional (¿y qué estará haciendo ahora JoseMari, nuestro mejor, más grande y más yanqui estadista-zombie? ¿repasando los dólares de su cuenta, cortesía de Murdoch INC.? ¿apretándose un cilicio en la pierna para purgar tanta ambición económica antes de distribuir fondos a sus numerosas fundaciones cuyo único objetivo es revertir beneficios a sí mismo?). En su obtuso patrón megacapitalista, el flujo comercial de esas máquinas que amputan y queman y explotan y desintegran la carne parece imparable. Hay que vestir a Israel (a su gobierno, no a su gente) con un traje blindado. Blindado por dentro con ese poderío militar tan entretenido y espectacular, y blindado por fuera como baluartes en la zona del "american way of life", que a estas alturas ya podemos denominar sin problemas "universal way of life". Porque Líbano está a su disposión, en bandeja de plata. Y Siria. E Irán, como su barbudo presidente, otro iluminado, siga dando ruedas de prensa absurdas, masturbándose con un virtual poderío nuclear que nunca le llegará ni a la suela de los zapatos al Gran Jefe Mundial, ni siquiera al propio Israel, para no salir de la zona.

Mientras tanto, miles de zombies, muchos sin brazos, sin piernas, sin voz, pululan hacia las fronteras de Líbano, arrastrando su maltrecha carne en una huída con pocas esperanzas. Otros zombies agonizan en hospitales, abocados sin más a la muerte infecciosa por la falta de material médico, retenido por el imprescindible bloqueo. Los demás pasan los días esperando escuchar las sirenas, agarrando a sus niños-zombies y tratando de sobrevivir debajo de las camas y los escombros, esperando que Alá tenga piedad y no les caiga sobre las cabezas el cybermisil que un F-16 robot ha lanzado desde 100 km de distancia.

La niña se levanta y recoge la bandeja con el desayuno. Me lanza una fugaz mirada y sonríe. Su sonrisa es igual de limpia que su voz. Las tres mujeres desaparecen, apresuradas, entre el gentío. Me pregunto si, dentro de unos pocos años, será capaz de enfrentarse a los monstruos que su propio país está alimentando. Me pregunto si se hará preguntas. Me pregunto si permitirá que su cerebro sea devorado. Me pregunto...



Todo el mundo está en tránsito.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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