sábado, 9 de agosto de 2008

¿Sueñan los humanoides con neuronas eléctricas?: paseo por el ELECTRIC WEEKEND, pt. 1





Ahora sí, Mondo Zombie ha vuelto, pero no esperen el mismo zombie costroso que les dejó a finales de mayo, no señor. Como el río de Siddharta, regresa este no-muerto aunque tampoco muy vivo con la estructura molecular renovada a causa de variadas experiencias en las retinas y en el cortex cerebral, nuevas conexiones forjadas a base de viajes a la frontera de los sueños (o de la vigilia), muchos, muchos decibelios desbocados, grandes dosis de fe sin santos ni vírgenes y la estimulante presencia de dos seres recién llegados.





Siguiendo los sabios postulados de Nacho Vigalondo en su estupenda LOS CRONOCRÍMENES (otro día caerá por aquí, hagánme caso), el orden tiende inevitablemente al caos de forma exponencial y poco podemos hacer para evitarlo, así que comenzamos a vacíar la mochila con un caótico paseo rápido por el pasado Electric Weekend, festival de festivales que allí mismo pasó a denominarse Electric Festival, valga la rebuznancia. Allá vamos.




La tarde del viernes 30 de mayo el cielo color mercurio anunciaba Apocalipsis mientras miles de rockeros/as invadían el perímetro cercano al recinto, sobre todo bares y portales, reconvertidos de improviso en refugios empapados de calimotxo, pequeños recintos con olor a panceta y canutos en los que, donde ayer sonaba Bisbal, hoy atronaban los Maiden, como el flautista que trata de atraer a los roedores a su cubil. Las leyes del mercado no descansan, amigos.



Lamentablemente, las difíciles tareas tácticas para agrupar colegas hizo perderme los dos primeros grupos en salir a la palestra. Llegué para visualizar distraidamente a los Biffy Clyro, power trio escocés que ya había disfrutado como teloneros de los QOTSA en su gira europea, y que no hicieron más que confirmar lo que entonces sospechaba: a pesar de contar con una potencia sonora indiscutible, el escenario grande se les hizo inmenso y el sonido no acompañó demasiado, algo perdidos en sus devaneos progresivos y en su indefinición estilística. De todos modos, en esos momentos uno estaba más centrado en acumular minis de cerveza, como la diosa Shiva, que en otras labores. Sin prisas hacia el escenario pequeño (a partir de ahora, la maldita carpa), pude disfrutar de un par de saltos y berreos con los Millencollin, que lograron encarrilar el festival con su derroche de energía punk para-todos-los-públicos, con riffs juveniles a toda pastilla, coros blanditos y un sonido decente, a pesar de que los primeros temas anunciaban caos decibélico, algo que fue la nota dominante de la maldita carpa las dos jornadas. Tras terminar de reconocer el terreno, de vuelta al escenario grande para coger buena posición para una de las curiosidades (para mí) del festival: el teatrero Serj Tankian y su aventura en solitario fuera de los extraordinarios System of a Dawn (aventura que yo no acabo de entender demasiado, la verdad). El tipo cumplió con creces su papel de maestro de ceremonias, y gozaron de uno de los mejores sonidos del festival. Entretenidos sin llegar ni mucho menos al delirio que supone en directo su banda madre, no pude dejar de pensar que Serj en solitario no es más que unos System a los que les falta una pata y un buen volumen de desenfreno. Más calmado, muy charlatán y con un buenrollismo desaforado (paz y amor, hermanos), todo ellos puntualizado por los imprescindibles alegatos contra Bush, el concierto resultó entretenido pero previsible, desgranando uno por uno los hits de sus disco en solitario y cumpliendo lo que se esperaba, pero nada más. Tan divertido y disfrutable como intrascendente. Al galope nos dirigimos de nuevo a la maldita carpa para coger posiciones frente a los hermanos Cavalera en su grandiosa reencarnación Cavalera Conspiracy, y por primera vez constaté en lo que se iba a convertir ese recinto para todo el festival: el puto infierno, en todos sus sentidos. Nubes de humo rojo ya flotaban en el ambiente, la expectación se cortaba con un cuchillo cuando los hermanos y sus compinches salieron a escena y machacaron Inflikted a toda castaña, sin piedad, y todos ya fuimos pasto del delirium tremens, amigos. Ni el mal sonido (maldita carpa) pudo enturbiar un concierto memorable donde la electricidad, la pura energía, parecía brotar del escenario para interconectarnos a todos en una masa ciega de furia y desenfreno. El disco de la Conspiracy cayó en un 90%, dejando para el final, cómo no, la sorpendente Attitude (a toda pastilla) y las premiadas con alaridos Territory y Roots Bloody Roots, recuperando un mordisco sónico que uno ya creía perdido en estos tiempos. Lo más parecido a los Sepultura pre-Roots que uno puede escuchar ahora mismo. Estos hermanos han nacido para tocar juntos. Una auténtica celebración. Y de vuelta semiresacosa al grande para disfrutar del auténtico dinosaurio del festival, el gran Iggy and The Stooges, recuperación casi sobrenatural del mítico grupo de La Iguana, unos tipos que ya estaban montando gresca mucho antes de que muchos de vosotros miraseis el mundo por vez primera. ¿Qué decir? Sonido cristalino, tablas, muchas tablas y el absoluto protagonismo de este hombre que, rozando la tercera edad, es capaz de tubarnos a todos con un simple movimiento de cadera. Iggy Pop fue el frontman cachondo, vacilón, gamberro e hiperactivo que siempre ha sido: se contoneaba como un poseso, se subió a los amplis, bajó al foso (¿el único?) y nos hipnotizó a todos con la palpable evidencia de que este tipo nos entierra a todos y después tira la colilla al agujero. Como contrapunto, el resto de los Stooges se mantuvieron inmóviles y profesionales, sabiendo su condición de segundones ante el huracán. No Fun y una delirante interpretación de la mítica I Wanna Be Your Dog (gimiendo, jadeando, a cuatro patas, mostrando al respetable sus veteranas nalgas) fueron los momentos cumbres. Entrañable. Delicioso. Puro rock´n roll.







Después, un pequeño descanso para el avituallamiento... craso error. Exacta es la máxima que dicta que en un festival con 45 mil personas, aproximadamente a unas 42 mil les entra hambre a la vez. Descontando las 2 mil que, con hambre, no pudieron levantarse del suelo, 40 mil almas nos dirigimos hacia la ¡única barra que vendía alimentos de todo el maldito recinto! Unas siete personas trataban de administrar con síntomas epilepsia 40 mil bocadillos precongelados, o sea, una quimera. Filas frente al mostrador (por llamarlo de alguna manera) de hasta 15 o 20 personas humanas en profundidad, todas hambrientas, todas impacientes, todas cada vez más furiosas. Parece mentira que después de miles de años de existencia humana en sociedad, nadie haya reparado todavía que si niegas el pan y la sal a gente hacinada en un recinto cerrado (sea un festival de rock, una ciudad amurallada o un velero bergantín en alta mar), lo más probable es que consigas un motín de cojones. Afortunadamente la sangre no llegó al río porque los rockeros somos gente honrada, así que el personal optó por: A) seguir bebiendo (para esto no había ningún problema, chasqueabas un dedo y tres afables tipos y tipas te servían cualquier cosa con presteza), B) esperar a que la cosa se relajase y C) colar comida en cada palmo de su cuerpo al día siguiente, el típico bocata-panceta bomba adherido al abdominal. Resultado de la debacle: me perdí medio concierto de Offspring y cuando llegué con mi bocata-basura... no estaban tocando (¿?). El personal comenzó a indignarse por los frecuentes cortes de sonido, y los californianos hicieron lo que pudieron para capear el temporal. Nunca he tenido en gran estima a estos tipos, cosa que se me confirmó al ver por pantallas a un cuarentón y desganado Dexter Holland tratando de reverdecer laureles juveniles, y supongo que lo consigueiron. Con sus pegajosas melodías el respetable brincaba y coreaba a placer, pero lo que yo veía en el escenario era un grupo que ya dejó muy atrás sus mejores momentos. Eso sí, el sonido, cuando sonó, fue muy bueno.


Pasada la medianoche y tras el único tiempo muerto del festival entraron en escena el más esperado regreso del fin de semana, los míticos para muchos Rage Against The Machine, y he de reconocer que la puesta en escena fue absolutamente triunfal. Ataviados como presos de Guatánamo, tuvieron los cojones de tocar el primer tema encapuchados, lo que estéticamente fue todo un acierto. Sigo pensando que estos tipos manejan la demagogia como unos auténticos maestros. Sonó la Internacional a todo volumen ante el estupor de muchos jovenzuelos que ni siquiera la identificaron, algo curioso para unos tipos que viajan en jet privado. Algunos discursos de Zach resultaron sonrojantes por su simpleza, pero en lo estrictamente musical, los RATM triunfaron, sin ninguna duda. Un magnifico sonido, una interpretación enérgica y un Tom Morello que disfrutaba y hacía disfrutar con cada virguería de sus cuerdas y sus pedales hasta el delirio final con esa que ustedes ya saben, que mí me pilló rumbo a la carpa maldita, porque un servidor estaba entonces mucho más interesado en tomar posiciones para los maestros Queens of the Stone Age. A pocos palmos del escenario, con el personal muy hacinado y etilizado, una vez más los yanquis del desierto dieron una lección de clase, elegancia y poderío rockero, empezando como un cañón y prosiguiendo con una parte central en la que se dejaron llevar sin titubeos por la psicodelia, algo que para muchos fue un mazazo irreparable (ya había gente dormitando por los suelos) pero que para mis neuronas fue un auténtico festín, a pesar del cansancio. Regresaron a la caña para rubricar con notable alto un concierto algo extraño y con un sonido mediocre por momentos (maldita carpa), pero pleno de energía y ganas. No One Knows fue, una vez más, algo sublime.




Próximamente, el sábado...

3 comentarios:

ChirriAndo dijo...

Buena crónica tío! ya te echabamos de menos...

¿ Y ese tipo de la foto que fuma ?
Yankis, que sois todos unos yankis!

Karba dijo...

Y aún queda la 2ª parte, sr. Vader, con mucha más profusión de sexo, drogas y rock´n roll!

Y vos, cuando actualiza??

Ein??

kILL_Yr_Ydols dijo...

Saturday bloody Saturday...